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El director británico vuelve a confiar en Jason Statham para una intriga internacional sin el carisma ni el presupuesto de James Bond
Guy Ritchie (Hatfield, Reino Unido, 1968) hace mucho que dejó de ser el chico rebelde del cine británico. Digamos que el exmarido de Madonna, lanzado a la fama gracias a ‘Lock & Stock’ y ‘Snatch. Cerdos y diamantes’, se ha especializado en thrillers juguetones protagonizados por canallas, que alternan el humor y la violencia y con una banda sonora en la que las canciones se han elegido con gusto.
‘Operación Fortune: El gran engaño’ es la particular versión de Ritchie de las cintas de James Bond y de la saga ‘Misión imposible’. El director recupera a Jason Statham, protagonista de su anterior película, ‘Despierta la furia’, en el papel de un superagente del MI6 que responde al improbable nombre de Orson Fortune. Hedonista y cínico como 007, es el hombre al que recurre el Gobierno británico para recuperar un misterioso artilugio electrónico robado en Odessa en una operación que se saldó con veinte vigilantes muertos.
Statham se muestra más cómodo repartiendo estopa que soltando diálogos ingeniosos en una trama que la une a una eficaz agente encarnada por Aubrey Plaza y a una estrella de Hollywood, inofensiva caricatura de Tom Cruise, a la que da vida Josh Hartnett. ‘OperaciónFortune’ es una de esas intrigas enrevesadas con múltiples giros de guion, que cada pocos minutos salta a otro país, aunque en realidad casi toda la cinta se rodó en Turquía, incluidas las escenas que presuntamente ocurren en el aeropuerto de Barajas. Demasiada cháchara tecnológica, no mucha acción y localizaciones pobretonas nos recuerdan todo el tiempo que, ay, Ritchie no cuenta con el presupuesto de James Bond.
‘Operación Fortune’, que arranca con el anacrónico logo de Miramax, la productora de Harvey Weinstein, compensa la falta de espectáculo con un divertido Hugh Grant en el papel de villano, un traficante de armas multimillonario metido a filántropo. La cosa sirve para pasar el rato, pero se echa de menos el ritmo desquiciado, la mordacidad y el humor negro de otros trabajos del director.