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La tormenta descarga agua y truenos sin piedad sobre Granada. Los charcos inundan la vía para desgracia de los transeúntes que necesitan cruzar la ciudad con la única ayuda de un paraguas. Aquellos que lo olvidaron en casa solamente pueden buscar refugio hasta que amaine. Los únicos que aguantan el temporal de manera estoica son los ‘ginkgo biloba’, los árboles ancestrales que embellecen el Centro bajo la lluvia.
‘Cerezas de plata’. Así se traduce del chino el peculiar nombre de esta especie que se puede encontrar en puntos céntricos de la capital como la Avenida de la Constitución o Gran Vía. Con un origen que data de la Prehistoria, los ‘ginkgo biloba’ llegaron a Granada hace algo más de treinta años. «El primer ejemplar se plantó en el Jardín Botánico en el año 1989. Llegó como una rareza para el ámbito de la botánica, como un árbol que debía exponerse en los museos. Todavía se conserva a día de hoy», explica a IDEAL el director de dicha institución, Manuel Casares.
Los ‘ginkgo biloba’ son una especie vegetal de gran longevidad que llegaron a Europa en el siglo XVIII procedentes de Oriente. «Se trata de un fósil viviente. Hay registros de ejemplares milenarios en China y en Japón. Principalmente, cumplían una función decorativa en los alrededores de los templos. Como se puede comprobar en nuestra ciudad, aún conservan esta misión en distintas localizaciones«, añade el director.
Un ‘ginkgo biloba’, en el Centro de Granada. /
Estos árboles destacan por la frondosidad y la forma en abanico de sus hojas. Aunque puede recordar al helecho, el tamaño de los ‘ginkgo biloba’ es suficiente para distinguirlos de otras especies. «No tienen parangón. Además, es un tipo de árbol que va acorde con la arquitectura modernista de los edificios de Gran Vía. También es un tipo de especie que se adapta perfectamente a las ciudades. Soporta la contaminación y las tareas de poda», cuenta Casares.
A pesar de su tardío descubrimiento en España, los ‘ginkgo biloba’ se están extendiendo rápidamente por diversas urbes. «Dependen principalmente del cuidado del hombre, ya que no hemos encontrado poblaciones silvestres, y hay que tener en cuenta que pueden provocar alergias. Se recomienda dispersarlos en el espacio. También por el mal olor que desprende su fruto, aunque no parece importarle a la gente, que se queda embobada mirando al cielo», concluye el responsable del Jardín Botánico.