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Un indigno último episodio remata una torpe faena que se ha hecho esperar más de la cuenta. La precuela de la popular serie de Netflix es una de las peores valoradas de su historia
‘The Witcher: El origen de la sangre’ se une a la lista de proyectos inexplicables estrenados en un año que se nos va. La espada y brujería no ha gozado de buena salud esta temporada donde parecía que iba a ser el género estrella. A las incongruencias creativas de ‘Los anillos de poder’ y el bajón de ‘Willow’ se une, rizando el rizo, una esperada producción que ha tardado en ver la luz, promocionada desde hace meses, dilapidando toda expectativa, sobre todo con un tremebundo último capítulo, de tan solo cuatro entregas, que tira por tierra una buena oportunidad de expandir el conocido fenómeno literario, adaptado a los videojuegos y al medio audiovisual. No es comprensible que se haya hecho esperar tanto un lanzamiento que, lejos de ser un buen cierre en el menú de Netflix para 2022, ha inundado las redes sociales de comentarios negativos y numerosas piezas que tiran del famoso gancho «final explicado», esta vez con razón. El fallido clímax que describe el origen de los brujos, un dato de excelsa importancia, y el encuentro en el espacio-tiempo de los humanos, elfos y monstruos, 1.200 años antes, deja mucho que desear. No está a la altura de las aventuras de Geralt de Rivia, cuya tercera sesión protagonizada por Henry Cavill se hace también de rogar, sabiendo que para la cuarta parte el otrora rostro de Superman -la que se ha liado con la entrada de James Gunn, como un elefante en una cacharrería, para dar un vuelco a la debilitada alianza de DC Comics y Warner- no estará presente, sustituido en principio por Liam Hemsworth.
Cavill se marcha de ‘The Witcher’, una mala noticia, para darlo todo en una prometedora adaptación de ‘Warhammer’, el brutal juego. ‘The Witcher: El origen de la sangre’ supone un bache importante en los planes de futuro de una franquicia -no se pierdan el anime ‘The Witcher: La pesadilla del lobo’- que pierde fuelle innecesariamente con un proyecto que, visto desde fuera, se antoja forzado y absurdo. Tanto tiempo de espera para disponer de cuatro únicos capítulos que aceleran la trama con varios hachazos narrativos, alguno escandaloso. Un ejemplo: la escapada de un personaje, vital para completar el rompecabezas, huido de una celda especial en un palacio fortificado, se explica mediante un simple diálogo fugaz, como tantas otras cosas. Elipsis innecesarias frente a pasajes tediosos, en una estrambótica toma de decisiones que se va enredando a medida que avanzan los episodios. Como ocurriera en ‘DMZ’, errática serie de HBO basada en los cómics del guionista Brian Wood y el dibujante Riccardo Burchiell, apadrinados por el sello Vertigo de DC Comics, hay menos entregas de las deseadas y parece que han caído partes el relato en montaje. Personajes esbozados, algunos desaprovechados -como el interpretado por la gran Michelle Yeoh -, relaciones desdibujadas, momentos integrados de aquella manera…
‘The Witcher: El origen de la sangre’ no empieza mal, con algunas escenas de acción reseñables, bien coreografiadas, con ritmo y violencia de la que salpica, para caer en picado entrega a entrega. Los primeros compases son un espejismo. Enseguida se alimenta el desconcierto con un vestuario inconexo, a veces tremebundo, como el que luce la emperatriz, cuyo rol transita de la ingenuidad a la crueldad en cuestión de segundos. Menos oscura estéticamente que la eficaz versión protagonizada por Henry Cavill, no exprime su ironía, pretende mostrarse épica describiendo una revolución minúscula. Giros previsibles, clichés a mansalva y talento desperdiciado, con sonrojantes imágenes románticas dignas de un telefilme de sobremesa. Decisiones de guión incomprensibles, algún problema de casting y una conclusión desesperante terminan de traicionar el espíritu de una obra de partida de referencia, el universo fantástico iniciado por los textos alabados pergeñados por Andrezj Sapkopwski. Lo mejor es el grupo variopinto de antihéroes que van encontrándose por el camino con un mismo cometido, una divertida colección de cromos para la que no hay álbum ni pegamento. A disfrutar, en todo caso, como un epílogo anecdótico de ‘The Witcher’, rebajando la ilusión como espectador, un sentimiento que atrapa cada vez más al público omnívoro.