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Ocho horas de thriller con toques de comedia, romance y acción, como en los viejos tiempos, como en esas armas letales y esas junglas de cristal, pero con algunos acertados toques millenial
Lleva semanas bien arriba en la lista de éxitos —interna y opaca de momento— de Netflix, incluso superando a
‘Miércoles’, y cumple con todo lo que tiene que tener. Owen Hendricks (Noah Centineo, luego hablaremos del actor) es ‘el nuevo empleado’ en la CIA (si aparece la CIA, diversión asegurada). Pero el ligero cambio de enfoque es que no se dedica a las ‘operaciones’, no es un hombre de acción, sino que es ni más ni menos que un abogado de la agencia. Así que uno de los tres escenarios de la serie es un mundo de despachos y funcionarios al límite, que están sobremedicados y al borde del infarto porque se dedican a arreglar y justificar legalmente los crímenes —hay que llamarlos así— de sus compañeros de ‘operaciones’, siempre con la excusa de la salvaguarda de la «seguridad nacional» (cantinela infalible que él mismo acaba usando para todo). Parte de la serie se mueve en esos ambientes laborales entre ‘Severance’ y ‘The Office’, con un par de compañeros que se dedican cariñosamente a torpedearle y no dejarle en paz por novato. Hay que reconocer que la mayoría de secundarios de la serie, cada uno en lo suyo, están bastante bien logrados, con mención especial para la enigmática y eficientísima Amelia.
El segundo escenario es de serie de compañeros de piso. Un mejor amigo y una millonaria exnovia (desde Elaine en Seinfeld, sabemos que siempre es más interesante empezar la trama con un personaje ex). Ambos también son abogados en altas instituciones de Washington. La armonía de la convivencia se rompe pronto, no porque el protagonista toque la batería en su cuarto, sino debido a su trabajo en la agencia, que digamos que respeta poco los derechos laborales al descanso y la intimidad.
Porque claro, Hendricks acabará pasando bastante poco tiempo en el ambiente de oficina y menos aún en su casa. Por mucho que sea abogado, esta serie es de acción y desde su primer día estará bastante cerca de morir, salvándose siempre gracias a una fortuna providencial y un destacable saber hacer con las palabras (pese a ser un absoluto desastre en todo lo demás su retórica es envidiable cuando hace falta). Hay persecuciones, peleas, narcotraficantes, torturas, visitas a la cárcel y juegos de poder, tendrá que darse unas cuantas vueltas por el mundo y aprenderemos que Viena y Ginebra son capitales mundiales del espionaje y Moscú y Minsk —sorpresa— lo son del crimen organizado. Sin un minuto para dormir, Owen Hendricks también irá conociéndose a sí mismo, porque eso siempre hay que hacerlo, y hasta se abordará el tema de la ansiedad en los jóvenes (¿acaso estamos en ‘Autodefensa’?). Aunque esto entra un poco con calzador a mitad de serie y no se profundiza nada, no está mal ver a un héroe de acción con algún temor por el fracaso y por decepcionar a los demás, estando como estamos acostumbrados a impasibles austriacos halterofílicos y sementales italianos que nunca pierden la confianza en uno mismo.
El retrato que se hace de los servicios de inteligencia no es demasiado nuevo y seguramente no se parezca en nada a la realidad, pero al menos no es muy complaciente y se recalca la alta capacidad de traición y odio endogámico, que no vale fiarse literalmente de nadie, que no hay que contar nunca nada y que todo tiene un precio: aunque seas el nuevo empleado, tus peores enemigos trabajan en tu misma agencia y se dedican a la violencia. Hendricks irá entrando en la dinámica, aprendiendo a moverse, a no dejarse pillar. Acaba en alto, habrá otra temporada.
Vamos con él fuera de la pantalla. Noah Centineo había hecho unas cuantas películas de alto contenido azucarado, como una trilogía exitosísima que comienza con ‘A todos los chicos de los que me enamoré’ (todo queda en casa Netflix), y cuenta con unos nada desdeñables 16 millones de seguidores en Instagram. Aunque esto pueda sonar fatal, es aquí un actor más que solvente, incluso con indicios carismáticos. Casi todas las estrellas empezaron con algún pastelazo y luego pudieron mejorar. Le auguramos «lereles» y laureles, aunque lo primero con seguridad ya lo disfruta. La serie cumple lo que promete, no es solo tontería, y en estos tiempos eso no es lo más frecuente. Ocho horas de desconexión y la promesa de unas cuantas más. Mientras no se busque nada serio, será un acierto.