1670455811 ltimas noches con Serrat Yo estara aqu cantando hasta soltar

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El grupo toca los acordes flamencos de Dale que dale y Joan Manuel Serrat sale del fondo como quien va de paseo. Cuando llega al borde del escenario saluda abriendo los brazos y se inclina un poco ante las 12.000 personas que se han puesto en pie para aplaudirle. No quiere ms, es solo una reverencia, un momento. Sonre como sonre Serrat. Entonces se acerca al micrfono, canta los versos de Miguel Hernndez y comienza el concierto con la suavidad con la que zarpan los barcos.

Lo deja claro a las primeras de cambio: «Olvdense de las nostalgias y de las melancolas, djenlas a un costado. Estoy despidindome con alegra tras una carrera plena y divertida en la que he sido muy feliz». Hombre, hombre, seor Serrat, lleva seis dcadas alimentando la nostalgia y la melancola de millones de oyentes y ahora nos viene con una fiesta en su despedida. Y una despedida definitiva, adems, que ya se sabe que tras la armadura de irona usted es hombre serio y grave, ms cantor que embustero.

«Joan Manuel Serrat / casado, mayor de edad, / vecino de Camprodn, Girona. / Hijo de ngeles y de Josep, / de profesin, cantautor», se defini en A quien corresponda, una cancin que no son esta noche, como muchas otras, porque son tantas.

No es que sobrara nada en el repertorio, pero esta mujer que tengo dos filas ms adelante agarrando su abrigo contra el regazo probablemente habra estado flotando sobre su asiento cuatro o cinco horas ms. Lo mismo que ese otro que se sonrea cada vez que empezaba una nueva meloda, y la reconoca y la saludaba como a un antiguo amigo que te encuentras de improviso.

Pero usted, que es cantautor de profesin y, como cantautor, un profesional, no quiere ver a nadie triste esta noche. Con la ayuda de sus dos escuderos ms fieles, los pianistas Ricard Miralles (tambin de 78 aos, su colaborador desde finales de los 60) y Josep Mas (68 aos; ms de cuatro dcadas en su compaa), la msica se desliza con abundantes detalles luminosos y distendidos, arreglos incluso ligeros, como en Seora, No hago otra cosa que pensar en ti, Algo personal o Tu nombre me sabe a yerba, y por supuesto en El carrusel del Furo, tan juguetona, y, bueno, en Hoy puede ser un gran da, que es la cancin ms optimista de nuestras vidas y que bien podra haber servido de gran final, con esos ltimos versos: «Hoy puede ser un gran da / y maana tambin». Canciones que hacen frufr, sonido de jazz de cafetn o de pequea banda de msica popular, un septeto dominado por los pianos con viola, acorden, saxofn, contrabajo y una guitarra elctrica tan rtmica como solista, tan discreta como eficiente.

Suena vivaz y alegre el seor Serrat cuando canta a Antonio Machado en Cantares, uno de los grandes momentos de la actuacin, y cuando vuelve a Miguel Hernndez en Para la libertad, donde tambin saca a trotar su vibrato ya anciano («azucenaaaaaas»), y ms melanclico y tierno en las Nanas de la cebolla: una estupenda interpretacin envuelta en suspiros.

Pero al final se puede escapar de todo excepto de uno mismo y la nostalgia es, realmente, el mar por el que ms ha navegado su barca estas seis dcadas. En mitad del concierto, ante la certeza de estar en ‘el ltimo concierto’ del cantor en el otoo de sus das, ms de un espectador veterano (mayora) debi sucumbir a la aoranza de algo que an poda sentir y escuchar, y disfrutar, y celebrar, porque las canciones de Serrat han sido siempre una celebracin, y mientras canturreaba, por ejemplo, Aquellas pequeas cosas, pensar al mismo tiempo en que todo aquello lo estaba perdiendo para siempre. Nunca fue ms cierta, ay, la letra de Luca: «No hay nada ms amado / que lo que perd».

JAVIER BARBANCHO

Pero Serrat se muestra socarrn y alegre ante el muy apacible pblico; est despidindose del escenario a punto de cumplir 79 aos y no quiere hacer concesiones a la sensiblera. Bromea sobre los achaques y hasta sobre la reina de Inglaterra, no deja de sonrer y podra haber cantado mejor que nunca To Alberto, cuando dice aquello de «Qu suerte tienes, cochino. / En el final del camino / te esper la sombra fresca / de una piel dulce de 20 aos». El hombre lleva ocho meses recibiendo cario en grandes oleadas y diciendo adis a lo grande. No hasta luego: adis. En total, una gira final de 74 conciertos, 45 de ellos en Espaa. Esta noche era la primera de las tres en el WiZink Center de Madrid, «una ciudad que tanto me ha querido durante tanto aos y con tanta complicidad», dijo. Luego actuar en Andorra y finalmente otras tres noches en el Palau Sant Jordi de Barcelona justo antes de Navidad.

Lo hace justito de voz, sufriendo en las melodas ms vigorosas, pero estupendo de voz, segn se quiera tener en cuenta la edad de sus cuerdas vocales. Y lo hace sin dejar de hablar entre cancin y cancin. Recordando al abuelo asesinado en la Guerra Civil y abandonado en una cuneta, a Miguel Hernndez, «un hombre que amaba profundamente la libertad y la vida, y las dos se las arrebataron», a su padre, que «trabajaba como lampista, un chapuzas del gas y el agua», y a su madre, «que se dedicaba a lo que eufemsticamente se deca sus labores, es decir, a trabajar como una mula».

As que la nostalgia y la melancola, s, se extienden por el gran recinto en la parte final del concierto, cuando suenan Pare, Mediterrneo (oportunamente ms lenta y plcida que en la versin original), Aquellas pequeas cosas (cantada mansamente por el pblico), De vez en cuando la vida y Penlope.

«La vida es lo que uno recuerda y cmo lo recuerda», reconoce ya tras dos horas y cuarto de concierto, citando a Garca Mrquez, antes de cantar Los recuerdos, todo melancola.

«Yo estara aqu cantando hasta soltar el bofe, pero tampoco est uno como para dar espectculos», dice antes de afrontar la despedida, las luces de todo el pabelln iluminadas, para que empiece a sonar le verbenera Fiesta entre palmas y con todo el pblico en pie.

Y qu fiesta, Serrat, qu fiesta, pero qu pena.

JAVIER BARBANCHO

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