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«Escribe sobre eso. Es la época que Julio más aprecia». Las palabras de Manuel Alejandro hicieron clic, en mi cabeza. Ahí tenía que poner el foco. Si hay algo que distingue a Julio de todos los cantantes en español es su éxito en Estados Unidos.
Gloria, Rosalía, Ricky. Todos han hecho giras, han sonado en radio, han rodado películas. Julio también.
Pero ninguno ha vendido cuatro millones de copias de su primer álbum en inglés. Julio sí lo hizo. 1100 Bel Air Place fue la sensación de 1984.
Y de ahí, al cielo. Julio, imagen de Coca-Cola. Julio, amigo de Ronald Reagan. Julio canta ante medio millón de personas en el Obelisco de Washington.
Ningún artista popular nacido en España ha llegado tan alto. Si se trata de difusión mainstream, en aquellos años de la Guerra Fría el mundo fue de Julio Iglesias.
Y, de repente, el silencio.
Tras la gira de 1100 Bel Air Place, Julio desaparece del ojo público. En vez de explotar su éxito, se refugia en Bahamas. Crecen los rumores. Hoy, todavía se desconoce la respuesta.
¿Qué le sucedió a Julio en la cima de su éxito para desaparecer durante casi dos años?
La historia de lo que vino después de su triunfo, el bajón y su renacimiento, es un ejemplo de motivación y resiliencia para esta España de 2023 deprimida por la inflación y el duelo.
En verano de 1986, Julio hace de tripas corazón. Hay que pelear. Y como Dante, encuentra a su Virgilio en la figura de otro titán. Manuel Alejandro es el mejor compositor en español. El cantante ya había popularizado alguno de sus temas (Manuela, Así nacemos).
Julio llama a Manuel. Llevan años sin hablar. El compositor hace una propuesta sorprendente que cree que Julio no va a aceptar: quiere que Julio se encierre con él en Miami para preparar juntos un álbum conceptual.
Manuel no quiere ganar un Grammy. Quiere escribir un disco que revele la esencia del cantante. Quiere hacerle un traje a medida.
Manuel llega a la casa de Julio, que ha puesto en medio del salón el mejor piano del mundo, un Steinway reluciente. Ninguno tiene prisa por ponerse a trabajar, se entienden perfectamente. Julio elige el mejor vino, que ambos beben en el embarcadero de la playa privada. Al fondo, el skyline de Miami.
Julio le pregunta a Manuel si es feliz con su segundo matrimonio. Surge una conversación de poder a poder. Ambos se casaron jóvenes. Ambos tenían padres brillantes.
«En Indian Creek lo visitaban desde Ray Charles hasta Whitney Houston. Es la única estrella del mundo hispano verdaderamente universal» apunta Manuel.
Manuel se levanta una mañana y baja a la bodega. «La bodega ocupaba una extensión junto a la cocina, con una verja o cancela». Pero Manuel recibe una lección más de la autodisciplina del cantante: Julio ha dado orden de cerrarla con llave y de que nadie la abra. Lo más importante es el disco.
El servicio informa a un sorprendido Manuel del lugar donde puede hallar a Julio: está nadando en la bahía. Lleva años haciéndolo desde el accidente. La gente cree que Julio Iglesias es un frívolo, pero vive con un nivel de exigencia que a veces le llena de angustia. Manuel observa que Julio, tras el baño, camina solitario por la playa.
Julio y Manuel se encierran. Se descubren el uno al otro.
Frente a frente, Manuel psicoanaliza a Julio. Basta escuchar dos canciones nacidas de aquel encuentro, como Evadiéndome o Un hombre solo.
El álbum, de título homónimo, triunfará en los Grammy, dejará canciones para la posteridad como Que no se rompa la noche o Lo mejor de mi vida. Sin embargo, son aquellas canciones a corazón abierto las que hoy sorprenden más.
La historia de aquellos días es una historia por contar.
Como siempre, al escribir sobre el autor de La vida sigue igual, cunde el rumor y hay pocos datos ciertos. Recientemente, en julio de 2022, el cantante anunció una próxima autobiografía.
«Es muy complicado que escriban la relación que tiene mi alma con mi cabeza desde que tuve uso de razón. Esta es la historia que falta por contar».
Muchos especulan con reacciones airadas del cantante ante determinados retratos «de parte». No repararan en lo necesario que es que Julio nos cuente precisamente eso: sus años oscuros y su renacer.
Si Julio cuenta su vida, aquello que le pasaba por la cabeza durante aquellos días, aprenderemos mucho.
Manuel tenía razón. Julio tiene que escribir sobre sus éxitos. Lo que será una revelación es su relato sobre los momentos duros y cómo supo sobreponerse a ellos.
Y si hay película, no será un biopic. Será un ‘bioepic’.
*** Fernando Hernández Barral es doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid.
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