1676016312 la unica perra espanola en el terremoto

En el artículo de hoy, compartimos el artículo sobre la única perra española en el terremoto. Puede encontrar detalles sobre la única perra española en el terremoto en nuestro artículo.

Eugenio Mantero encontró la cuadratura del círculo cuando eligió a Heya siendo una cachorrita de enormes patas y orejas atentas. La perra, una pastor alemán, tiene hoy poco más de cuatro años, vive en la casa de Eugenio, forma parte de la familia y en sus ratos libres controla pacientemente a las dos personitas más importantes de Eugenio: sus dos hijos mellizos, que son de corta edad.

En su tiempo de trabajo, Heya hace uso de su olfato, ladra y salva vidas. La perra obra el milagro de encontrar bajos cascotes y escombros a supervivientes sepultados. Cuando todavía tenía aquellas enormes patas en relación a su cuerpo, Eugenio comenzó a entrenarla para que le acompañase. 

Este bombero sevillano es del Consorcio de Huelva y pertenece a la ONG andaluza Bomberos Para el Mundo, especializada en labores de rescate cada vez que se produce una catástrofe en cualquier punto del globo.

En 2016 estuvo trabajando en la búsqueda de supervivientes en el terremoto de Ecuador y en 2017, en el de México. Y ahora, desde hace poco más de dos días, está en la provincia de Hatay, justo con la frontera con Siria, junto con otros seis compañeros.

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La cuadratura del círculo de Eugenio es el insólito y exitoso descuadre del caso de Heya entre los perros de rescate. ¿El motivo? Porque es una hembra, cuando en las labores de rescate la inmensa mayoría de los canes son machos. Se suele prescindir de las hembras en los equipos porque, con su olor, distorsionan a los machos. 

«Ya habíamos tenido en casa algún macho, pero o bien no tenían instinto, pese ser entrenados, o bien lo tenían pero eran muy territoriales. Algo que es incompatible cuando se tienen niños pequeños». Lo cuenta a EL ESPAÑOL la mujer de Eugenio, Begoña Martínez, desde la provincia de Sevilla mientras Eugenio encuentra cobertura.



Eugenio, en su casa con Heya de cachorrita. Ya había empezado a entrenarla.

Cedida

Así que Eugenio encontró a Heya y pronto se dio cuenta de que era paciente, cariñosa con los niños, dócil y mimosa. «Sólo quiere estar pegada a nosotros y que la acaricien todo el rato», cuenta Begoña. Pero también demostró actitudes y aptitudes óptimas, que indicaban que sería excepcional también trabajando. Tenía instinto, pero también una motivación altísima. A Heya le encanta su trabajo. Y eso es lo que está haciendo en Turquía en su primera misión.

Los tres y Heya

La Unidad Canina de Bomberos Para el Mundo desplazada se compone de cuatro perros. La única hembra es Heya. El más veterano es Urko, un perro de aguas de 13 años, siempre entrenado para buscar supervivientes y miembro del equipo desde hace 3. Urko salvó ya vidas en los terremotos de Ecuador y México, y es tío de Oto, el segundo perro de aguas del contingente. También está Apache, que es hermano de Heya. Tiene un carácter fuerte y un grado alto de concentración, es muy activo y necesita dar largos paseos para liberar la energía.

En este punto se parece a su hermana, a la que le encanta pasear y con paciencia aminora el paso y no tira de la correa cuando son las manitas del niño y la niña de Eugenio los que la sujetan. También Heya, como Apache, se pone como una moto cuando ve a su dueño preparar las herramientas de trabajo: sabe que le toca darlo todo.



Heya, la perra que rescata supervivientes del terremoto de Turquía.

A la provincia de Hatay llegó el equipo de bomberos con sus perros, en última instancia, en coche. Aterrizaron en el aeropuesto de Adana, en la provincia turca limítrofe, volando desde Málaga y haciendo escala en Estambul. Los animales hicieron el viaje en sus respectivos habitáculos, en la bodega del avión. Pese al desgaste de las horas de vuelo y de la carretera, no se para.

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No hay descanso porque su principal enemigo es el tiempo.  El que se mide con un reloj «porque ya han pasado más de 72 horas«, y el que marca los grados de temperatura. Las probabilidades de encontrar supervivientes se reducen conforme pasan las horas, acuciados además por temperaturas muy bajas que apenas superan de día los cero grados y descienden en horas nocturnas.

No hay un minuto que perder, saben que tienen como tope entre 24 y 48 horas de trabajo y de hecho, no duermen: tan sólo en los trayectos en los que se montan en la furgoneta para trasladarse de un sitio a otro. 

Los métodos

El método que sigue el equipo de detección de supervivientes es en primer lugar el de la llamada. Los bomberos andaluces caminan entre la devastación, gritan y agudizan el oído, atentos a una respuesta. Si esta se produce, acuden al lugar y si es preciso recurren al olfato de perros como Heya, Apache, Otom o Urko. Lo que detectan todos es el aliento o la respiración de la persona viva.



Momento en el que rescatan a un superviviente señalizado por Heya

En otras ocasiones son los propios animales los que huelen, acuden al lugar de donde proviene el olor y comienzan a ladrar hacia el lugar de donde les viene el rastro para advertir que, bajo los cascotes, hay una persona atrapada. Ya han localizado a cinco supervivientes que han sido rescatados, el último de ellos, un niño y han dejado numerosas señalizaciones para que sean los equipos de rescate turcos los que se encarguen de retirar los cascotes y ultimar los rescates. Hay tantos que las labores «pueden retrasarse varias horas». 

En Hatay permanecerán todos hasta que el silencio sea la respuesta trágica a las llamadas, así como la ausencia de olores detectables por estos perros. Será entonces cuando se dé por perdida toda esperanza de encontrar a víctimas con vida. En ocasiones son «los niños» los que tienen mayores probabilidades de sobrevivir «por tener menos tamaño y mayores probabilidades de quedar atrapados en un hueco», detalla Eugenio.

El bombero abunda que ha habido casos de rescates que se han producido «a los siete días», si se tiene acceso a cierta cantidad de agua y a algún vívere. En esos casos, es el olfato de perros como Heya el que marca la línea entre lo imposible, lo improbable y el milagro. 

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